Zenayda Azucena es el nombre de la hija que tengo y que no parí, la niña a la que quise desde el primero momento en que la vi, Mal interpretando ese cariño, creí que retenerla a mi lado a toda costa sería una cosa egoísta y decidí dejarla marchar cuando ella quiso irse, sin pensar, en mi ingenua juventud, que una niña de 7 años no tenía la madurez para decidir lo mejor para ella. Su partida me partió el corazón, me hizo sentir fracasada y me lleno de rencores. He tardado 5 años en recuperar el control, y volver a abrir mi corazón a la niña que tengo. Estas navidades he decidido aprovechar mi tiempo con Zenayda enseñándole a cocinar… Si, se que estarán pensando… ¿Yo cocinar?, aunque deben reconocer mi valentía para enseñarle a alguien los secretos culinarios que han estado en mi familia por generaciones.

Y es que analizando la cosa, me pareció que la química y la cocina no son muy distintas, es sólo cuestión de proporciones… y para sorpresa de todos, los resultados no han sido del todo malos (Obviando las dos veces que el rompope no me quedo como debía, o los platillos al horno que salieron quemados)… Lo primero que hicimos fue un pastel de flan, con excelentes resultados, pan de banano (algo gomoso para el gusto humano, aunque mis perros lo disfrutaron de lo lindo y comieron doble ración, lo que me dice que fue todo un éxito entre especies no humanas), lasagña (Modestia aparte, mi mejor platillo hasta el momento), pastel de rompope, y por supuesto, mi especialidad navideña, rompope…

Creo que aún cuando según mi hermano menor mis pasteles son un castigo para cuando sus hijas se porten mal, lo mejor de esta experiencia de tiempo compartido con mi hija es que hemos empezado a sanar las heridas y a recuperar la confianza… Aun cuando este año no ha sido del todo bueno, creo que si logro recuperar esa relación será el mejor año de mi vida.