Cuando yo era pequeña, Guatemala representaba el paraíso, un paraíso lejos de la guerra contra la contra, donde podíamos tomar Coca Cola, jugar en los restaurantes del pollo campero, ir a ver la monja muerta del convento de capuchinas, subirnos a ver el mapa completo de Guatemala, navegar en lanchas con forma de patos en los aposentos, jugar con los primos y tías que no habíamos visto en mucho tiempo... y aunque el dinero no nos daba para tanto, si mirar los escaparates y soñar con todos los juguetes que no habíamos visto en otro lugar...

Conforme fui creciendo, y cuando llegue a mi adolescencia, mis papás me enviaron a un colegio de monjitas... conocí a mi madrina, la Doctora Cordón, me enamore una que otra vez, tuve amigas que me miraban extrañadas cuando hablaba de guerra, o cuándo preguntaba para que servían algunas cosas que ellas consideraban elementales (como las lociones para después del baño)... con la Totora viví aventuras extraordinarias que me dieron un adelanto de lo maravillosa que podría ser mi vida, y con mi madre pase los mejores momentos viendo maratones de películas en el cine Capitol.

Después, ya en mi vida adulta, Guatemala era una parte de mi identidad, un trozo de mi hogar, un hogar que me hacía sentir segura y estable, como diría mi tatarabuela, sentía que ahí habían enterrado mi ombligo.

El 26 de Diciembre, con mi familia (Mi hermano con sus tres hijas y su esposa, mis papás, mi hija y un amigo) emprendimos un viaje a Guatemala, queríamos entre otras cosas ir a visitar a mi abuelito, que las niñas conocieran y reconocieran a la familia, y mostrarles un poco esa parte de su pasado que no conocían.

Ese mismo día, mientras decidíamos donde ir a cenar luego de llegar al hotel, a las 6 de la tarde, a 42 kilómetros de ciudad de Guatemala, fuimos secuestrados por una unidad de la policía de Guatemala, nos encañonaron, nos robaron, nos amarraron y nos dejaron tirados en el monte como animales... Fue una pesadilla que aunque sólo duro 3 horas, aún no hemos superado... entre las cosas buenas están que no nos mataron, que no se robaron el microbús y que al no tener los pines de las tarjetas de crédito nos las dejaron... Sin embargo esta el sentimiento de impotencia, la inseguridad, el temor...

Para ser justos, nos encontramos con ángeles maravillosos que nos llevaron un poco de luz en los momentos oscuros.

Para mi pesar y mi dolor, no he quedado convidada a volver a visitar Guatemala... pero siempre me sentiré extranjera en cualquier otro lugar, pues una parte de mi corazón se quedó ahí, en las calles empedradas de Antigua Guatemala, o en las transparentes aguas del lago de Atitlán.

Hasta siempre mi adorada Guatemala.